No puedo decirle a nadie quién sos y qué fuiste para mí, porque no lo entiendo. Tu nombre es el que encierra todo lo que fue “nuestra historia” y lo pongo entre comillas porque en realidad no se si fue tuya o mía… probablemente fue de los dos, pero dudosamente “nuestra”.
Hoy, y desde entonces, mi vida no es la misma. Sos algo así como “un antes y un después”. Tampoco quiero pavonear tus virtudes, porque muchas veces demostraste tener pocas.
Para vos tengo un baúl lleno de etiquetas, pero ninguna me convence, no encajas en ninguna por separado porque sos todas a la vez sin ser ninguna en particular. Me metiste en un brete… siempre supiste como meterme en un aprieto, vivía “apretada” con vos…
Tenés el poder y don de descolocarme con una palabra, o un conjunto de ellas, y dejarme sin hablar (si, sin hablar) en el momento menos importante del día donde, quizás (siempre quizás) empezaba a confiar en vos. Años después no consigo respuestas, no encuentro etiquetas, no disto tus virtudes de tus defectos, porque, en vos, no se cuál es cuál.
Amaba que me miraras y hablaras de mí. Vos sabías que a mi me gustaba y te gustaba por eso y a mi me gustaba que te gustara que a mi me gustara que hablaras de mi… hablábamos tan poco de vos Tomás y lo poco que me contabas no sabía si creerlo o no. Mucho no confiaba en vos, acabo de darme cuenta.
Después de tanto pude separar de tu persona uno de los dos temas que sólo hablan de vos y de nadie más.
No me dejaste ningún olor, me dejaste música. Ni idea tenés de las cosas que me revuelve esa canción, no puedo escucharla, la tengo que sacar porque no lo soporto y me molesta no saber qué es, porque no te encontré etiqueta así que no puedo colgarle un cartelito a este sentimiento que sale corriendo de mis entrañas cada vez que escucho silbar a ese maldito mirlo.
Sé poco de vos por eso no me permito elegir un formalismo para nombrarte, pero se que te conozco aunque lo niegues y prefieras que así no sea, hay algo de vos que compartiste conmigo y, a sabiendas o no, lo seguís haciendo porque me elegís, deliberadamente o por accidente, para contarme cómo sigue tu vida después de tantos años sin rastros de ninguno de los dos.
¿Puedo confesarte algo Tomás? Tengo la esperanza de que algún día, al subir la escalera de la estación de trenes, estés parado ahí y me mires de nuevo.
Florentino Ariza… ese eras vos, parte de la logia hermética que te hacía parecer algo que no eras.
Somos tan parecidos Tomás. Sí, las tuve… tal como vos.
Varias veces tus palabras, o un conjunto de ellas, no eran lo que esperaba de vos, porque sí “amigo”… esperaba algo. Tonta ingenua, sí, pero mi carácter “adolescente y limitado” y mi tan poca experimentada vida, me justificaban.
No me diste vida Tomás, no te confundas.
Al final de cuentas más que “nuestra”, la historia resulta ser completamente mía: de mi imaginario colectivo, de mis sueños de damisela, de mis ojos honestos tratando de defender el alma con la que venían, desconfiando todo el tiempo de vos. Desconfié Tomás y si hoy lo sigo haciendo o no, ya no tiene importancia.
A medias, no hacíamos las cosas enteras, nunca llegamos a ese punto, todo a la mitad o ni siquiera empezábamos, quizás por eso sigamos pensando, de tanto en tanto, en “nosotros”. Te conozco Tomás, aunque sea muy poco.
¿No me querías ver feliz?... ¿Vos qué querías conmigo? ¡Dios!, cuanta filosofía barata derramaste en ese departamento Tomás. Escabullida como un ladrón, pero más yo que en cualquier otro lado. ¿Sabías que esa que estaba ahí era yo, mi yo más mío?
La música, el café, la cama, los cigarrillos, los gatos, la cocina, tu mujer. Todo cabía en ese tres ambientes, tu mujer también.
No me gustabas Tomás, en serio. Lo único que había era un imán en tu sexo y en el mío, que haciéndonos mal y sabiéndolo, se dejaban atraer el uno por el otro, enroscándose sin tocarse, besándose en los labios, mostrando vergüenzas, lamiendo deseos, oyendo el silbar del mirlo, metiendo tu mano abierta en mi pelo húmedo, marcando un camino de nuca a cintura con tu dedo índice, envolviéndote en mi espalda, respirándome sobre el hombro izquierdo con fuerza, con la misma fuerza que usaste para que esto no pasara y que yo no lo quisiera.
Fuimos dos contradicciones contradiciéndose y en cuanto a mi, no cambié mucho, supongo que vos sí.
Si es mujer… ponele Mercedes.
Al final de cuentas más que “nuestra”, la historia resulta ser completamente mía: de mi imaginario colectivo, de mis sueños de damisela, de mis ojos honestos tratando de defender el alma con la que venían, desconfiando todo el tiempo de vos. Desconfié Tomás y si hoy lo sigo haciendo o no, ya no tiene importancia.
A medias, no hacíamos las cosas enteras, nunca llegamos a ese punto, todo a la mitad o ni siquiera empezábamos, quizás por eso sigamos pensando, de tanto en tanto, en “nosotros”. Te conozco Tomás, aunque sea muy poco.
¿No me querías ver feliz?... ¿Vos qué querías conmigo? ¡Dios!, cuanta filosofía barata derramaste en ese departamento Tomás. Escabullida como un ladrón, pero más yo que en cualquier otro lado. ¿Sabías que esa que estaba ahí era yo, mi yo más mío?
La música, el café, la cama, los cigarrillos, los gatos, la cocina, tu mujer. Todo cabía en ese tres ambientes, tu mujer también.
No me gustabas Tomás, en serio. Lo único que había era un imán en tu sexo y en el mío, que haciéndonos mal y sabiéndolo, se dejaban atraer el uno por el otro, enroscándose sin tocarse, besándose en los labios, mostrando vergüenzas, lamiendo deseos, oyendo el silbar del mirlo, metiendo tu mano abierta en mi pelo húmedo, marcando un camino de nuca a cintura con tu dedo índice, envolviéndote en mi espalda, respirándome sobre el hombro izquierdo con fuerza, con la misma fuerza que usaste para que esto no pasara y que yo no lo quisiera.
Fuimos dos contradicciones contradiciéndose y en cuanto a mi, no cambié mucho, supongo que vos sí.
Si es mujer… ponele Mercedes.
auch!!! me pegó, posta.
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