"¿No oís el silencio? Dicen que nuestra decencia, de tan vieja, se ha puesto idiota, inservible y han tenido que fabricarse otra. Y deben estar en lo cierto, Irene... Yo ya no estoy seguro de lo que pienso. Deben estar en lo cierto porque yo tampoco pude dar a mis padres la alegría de que me vieran contento y seguramente fue por lo mismo de hoy... porque su moral mezquina, llena de prejuicios inútiles para mí, emsombreció mi carácter y a pesar de mis sacrificios, de mis tormentos, no pude pagarles porque como no me entendían... Yo me porté mal con ellos, debí haberme sublevado con ellos... Yo ya no estoy seguro de mi. Sí: las deudas que no pueden pagarse envenenan la existencia; esta existencia que se vive de una sola vez y mal. Ahora comprendo que si los pobres viejos me hubieran visto dichoso de algún modo, cualquiera que el fuese, habrían sido también felices. Y no. ¡Y no!... ¡Yo no quiero que mi vida estrecha sofoque a la de los que me rodean! ¡Aire! ¡Yo no puedo ver mas sufrir a mis hijos inútilmente! ¡Páguenme la deuda que yo no quería cobrar dándome la suprema alegría de verlos contentos a su manera!... ¡Muchachos, no me hagan caso! ¡Alégrense! ¡Alégrenme!..."




"Y es que nosotros respetamos a nuestros mayores mintiéndoles y ustedes sincerándose... [...]... A ustedes, mañana, se les podrá llamar de muchos modos, menos cobardes"


Armando Discépolo